lunes, 28 de febrero de 2011

Cinco

RAZONES PARA SEGUIR.

(Dedicado a Amanda, por animarme a escribir cada capítulo :) )

Cerré los ojos unos metros antes del impacto. Noté algo que golpeaba mis piernas, me desequilibré mi cuerpo giró, algo me golpeó en el hombro y luego en la espalda, aunque no me dolió nada en absoluto. Algo era raro, daba la sensación de que había parado de caer.

Tarik se rió de buena gana. Abrí los ojos para encontrarme tirada boca arriba en el suelo. Él estaba a un metro, de pie. La caída de siete pisos le había afectado tanto como saltar dos peldaños.

-Te dije que no nos dolería nada.

-Pero…

Me puse en pie desconcertada, analizando mi cuerpo. Nada. Ni siquiera había arañado los vaqueros.

-Técnicamente, no tenemos huesos que podamos rompernos. Somos algo abstracto.

-¿Entonces nada puede hacernos daño?

-Nada puramente físico.

-¿Y qué es lo que nos puede hacer daño? ¿Qué es no puramente físico?

Tarik puso los ojos en blanco. Me agarró un brazo y me retorció la muñeca hasta que solté un gritito de dolor.

-Yo, por ejemplo. Estamos hechos de lo mismo, así que podemos hacernos daño mutuamente.

-¡Vale, suéltame!-Me masajeé la muñeca.-Pero no lo entiendo del todo. Si no tenemos huesos, ni músculos reales ¿por qué me duele lo que puedas hacerme?

-Es complicado. Imagínate que fuésemos pensamientos. Nadie puede hacer daño a los pensamientos, son algo totalmente intangibles. Pero puedes tener otro pensamiento que haga que el primero pierda valor. Uno puede anular al otro, incluso eliminarlo. Somos lo mismo, así que podríamos hacernos daño o incluso acabar con el otro. Pero francamente no le encuentro mucho sentido.

Asimilé la información. Así que otros comos nosotros podían hacernos daño, pero por la forma despreocupada de decirlo supuse que eso era muy poco probable que ocurriese.

-¿Hay muchos como nosotros?

Tarik se encogió de hombros.

-Es difícil de decir. Somos pocos, pero verás a más como nosotros. Y de vez en cuando es un alivio poder hablar con alguien para variar.

No tuve problemas para entender a que se refería. Una mujer pasó a mi lado sin verme. Casi se choca con Tarik, pero le esquivó por unos milímetros.

-¡Te ha evitado! ¿Sabe de alguna manera que estamos aquí?

-Creo que sienten una ligera intuición. Podemos atravesarlos, pero no les gusta que lo hagamos.

-¿Por qué no?

-Sienten un escalofrío desagradable. Muchas veces también presienten que va a pasar algo malo, y esa sensación puede acompañarles incluso días.

-Trataré de evitarles.

-No te preocupes. Ellos suelen hacerlo bastante bien. Basta con no coger el metro en hora punta.

Sonreí, pero entonces los pensamientos más pesimistas volvieron a rondarme la cabeza, como sombras. Me preguntaba si les habrían dicho ya a mis padres la noticia, a mis amigos, a Dani… Traté de esconder esos pensamientos, de olvidarlos. Tarik me pasó el brazo por los hombros.

-El luto es necesario. Tienes que darte un tiempo. No te puedo prometer que el dolor pasará pronto, ni siquiera que el dolor pasará. Pero quizá si que pueda intentar demostrarte que siempre hay cosas por las que merece la pena vivir.

-Y por las que desafiar a la muerte…

jueves, 24 de febrero de 2011

Cuatro

CAÍDA LIBRE

Quise gritar. Estaba paralizada. Empecé a temblar violentamente y él tuvo que sujetarme y hacerme sentar en la cama.

-Sé lo que sientes. Yo… Lo siento.

Por primera vez tuvo un gesto de cariño. Me atrajo hacia sí, haciendo que apoyase la cabeza en su hombro y me acarició el pelo. Me derrumbé cuando lo hizo y rompí a llorar.

-¿Tendré que matar gente? ¿Convertirme en una asesina?

-Sí, matarás. No, no serás ninguna asesina. Nuestra misión es separar las almas de los cuerpos que ya no pueden mantenerlas.

-No quiero tener que matar a nadie. No seré capaz.

-Tendrás que hacerlo.-Contestó, resignado.

Miré mis manos, pequeñas y pálidas. Tan inocentes… ¿Iba a ser capaz realmente de matar con ellas? Podía jugar con las palabras todo lo que quisiera, matar era asesinar. ¿Iba a ser capaz de arrebatarle a otros todo lo que me habían arrebatado a mí? ¡Ni siquiera había asimilado que mi vida acababa de terminar! Sollocé con más fuerza. Me sentía tan pequeña… Sólo quería que mis padres me despertasen, que me abrazasen y que me dijesen que había sido un mal sueño.

-Es culpa mía.-Se lamentó el chico.-Tenía que haberte conducido al otro lado, pero tu alma era escurridiza. Y eras demasiado fuerte… No era tu tiempo. Tenías que haber muerto mucho más adelante. Ese idiota que te atropelló…

-¿Cuánto?-Le interrumpí con voz rota por el llanto.

-¿Cuánto qué?

-¿Cuántos años tenía que haber vivido?

Alzó las cejas sorprendido. Luego frunció el ceño, pensativo.

-Te quedaban unos cuarenta años. No era una vida demasiado larga, pero bastante más que la que has tenido…

-¿Iba a tener hijos?

Él soltó una carcajada.

-¡Perdona! No quiero ofenderte pero… No veo el futuro, Clara.

-Mejor.-Mascullé limpiándome las lágrimas con la manga de la camisa.

No quería saber que hubiesen sido dos niñas y un niño que ya nunca existirían. Mi mirada se fijó en el espejo que había en el tocador, frente a la cama. Estaba llorando, y las lágrimas surcaban mis mejillas, pero no tenía los ojos enrojecidos ni hinchados. Lloraba como las actrices de las películas: Lágrimas elegantes surcaban mi cara que no sufría ningún antiestético efecto negativo. Ni siquiera me moqueaba la nariz.

Él sacó un pañuelo de tela de alguna parte y me limpió las lágrimas delicadamente.

-No todo es malo. Hay pequeñas cosas que no están mal del todo.

-¿Cómo que mi cara no se transforme en la de un sapo al llorar?

-No te dolerá nada. No tenemos que abrigarnos, ni pasamos calor. No tenemos hambre, no necesitamos dormir…

-No tengo claro que eso sea bueno. Me encanta dormir.

Empezó a reírse y algo de su risa se me contagió. Le examiné de reojo. Puede que no fuera tan mal tipo cuando se le olvidaba estar amargado o enfadado conmigo.

-No me has dicho tu nombre.

-Me llamo Tarik. Y prometo que no seré tan mala compañía como te temes.

-Empieza por dejar de leerme la mente.-Bufé.

Tarik río. Se levantó y me tendió la mano.

-¿Qué quieres?

-Voy a enseñarte otra de las pequeñas ventajas de nuestra condición.

Dudé, pero luego me encogí de hombros. Estaba muerta, ¿qué más podía pasarme? Le di la mano y no pude evitar sorprenderme de lo suave que era la suya. Tiró de mí para ponerme en pié y luego me sonrió con un brillo travieso en sus ojos negros.

-No tengas miedo y ¡sígueme!

Entonces echó a correr hacia la pared tirando con fuerza de mí. Grité, cubriéndome la cara con el brazo para frenar el golpe. Cerré los ojos y me preparé para el impacto. Sólo que no lo hubo, sólo una extraña sensación de estar flotando… Y luego la velocidad, el viento furioso revolviéndome el pelo.

La risa de Tarik me animó a abrir con cuidado los ojos. El vértigo me encogió el estómago. No había nada bajo nuestros pies, salvo una caída de siete pisos. Nos precipitábamos hacia el suelo. Volví a gritar.

lunes, 21 de febrero de 2011

Tres

CONSECUENCIAS

Desperté. No me atreví a abrir los ojos por miedo a que no fuese real.

Mi cuerpo… Era consciente de cada parte de mi cuerpo. Estaba tendida sobre una superficie blanda. El dolor había desaparecido. El sabor a sangre también. No tenía frío ni calor, ni el más mínimo malestar. No tenía sueño, ni esa sensación acartonada de cuando te despiertas. Todo estaba bien, pero había algo extraño. Tan sutil que es difícil definirlo.

Me sentía liviana. Como si mi cuerpo no pesase. Como si alguien lo hubiese anestesiado. ¿Era posible que estuviese en un hospital? Abrí los ojos con cuidado. El techo de madera que había sobre mí no me sonaba. Tampoco las paredes malva, ni el gran cuadro de flores que cubría la pared de enfrente.

-Bienvenida entre los muertos, Clara.

La voz me hizo girarme instintivamente hacia el hombre que, sentado en una butaca elegante, me daba la espalda mirando hacia la ventana. Su tono de voz era profundamente amargo, y un poco malhumorado. Tardé un poco en ubicar la voz como la que me había hablado cuando estaba a punto de desaparecer en la nada.

-¿Fue real, verdad? No ha sido una especie de sueño… Me atropellaron, ¿verdad?-El pánico de mi propia voz me asustó. Examiné mi cuerpo.

Nada. Estaba perfecta. Aliviada, me llevé la mano al pecho, suspirando. No, no faltaba nada… Salvo el palpitar de mi corazón.

-Fue real. No hay marcha atrás posible. Ni tú ni yo pertenecemos al mundo de los vivos ahora.

Lo dijo sin ninguna emoción, como quien recita una frase que ha aprendido de memoria y ya ha perdido todo su significado. Me levanté. Mi cuerpo respondía perfectamente, aunque era distinto. Más etéreo. Mis movimientos eran totalmente silenciosos, y no me costaban el mínimo esfuerzo.

La habitación era tan impersonal que supuse que se trataba de algún hotel. Me di cuenta de que tras levantarme la cama seguía perfectamente hecha, como si nadie hubiese estado tumbado ahí.

-¿Qué pasó?

-Moriste.

Sentí su respuesta como un jarro de agua helada calándome hasta los huesos. Apreté los labios. Tenía que ser fuerte.

-Sin embargo seguimos aquí. En un… ¿Hotel?

Él asintió lacónicamente. Apreté los puños para controlar las ganas de agarrarle por los hombros y zarandearle, y obligarle a que me mirase.

-¿Qué somos?

-Querida, esa es una excelente pregunta.

Esperé en silencio, pero él no volvió a hablar. Me acerqué a él y le rodeé para poder verle la cara. Ojos negros. Pelo negro. Edad indefinida en torno a los veinte años. Tardé unos segundos en reconocerle.

-¡Tú! ¡Tú estabas cuando el accidente! Me hablaste…

-Y tú tuviste que complicarlo todo. ¿No podías haber dejado este mundo, como hacen todos? ¿Por qué tenías que aferrarte con tanta fuerza a esto? Ni siquiera tienes ni idea de lo que has conseguido… ¡Eres tan sólo una niña!

Parecía muy enfadado, aunque me dio la impresión de que el enfado no era sólo por mí, sino que también estaba disgustado consigo mismo. Me crucé de brazos y miré por la ventana, tratando de controlar mis propias emociones. No pensaba pedir perdón por luchar por mi vida.

-No es tu vida. Tu vida acabó hace un par de horas.

-¿Puedes leerme la mente?

Puso los ojos en blanco.

-Y tener que explicarte ahora todo… Yo no pedí un aprendiz.

-Yo no he pedido nada en absoluto.-Respondí controlando mi furia.-Esta mañana estaba pensando en qué película iré a ver al cine con mis amigos el fin de semana. En sólo dos horas todo ha dado tal giro que aún tengo que asimilar que no habrá película, ni cine, ni amigos, ni tendré que pedirles dinero a mis padres porque todo eso se ha acabado, ¿verdad? ¿De verdad pretendes que me importen tus problemas?

Él se calló, avergonzado. Yo aún estaba lo bastante furiosa para no analizar mis propias palabras y darme cuenta de todo lo que había perdido.

-¿Qué somos?-Exigí-¿Fantasmas? ¿Vampiros?

-Es complicado…

-¿¡Qué somos!?-Grité.

Conseguí que al fin reaccionase y sus ojos negros me mirasen con una profundidad que me asustó.

-Ningún humano puede vernos. Ningún mortal puede tocarnos. Podemos ser intangibles, así que sí, nos parecemos un poco a lo que tú llamas fantasma. Pero no vagamos llorando o aullando por los pasillos de los castillos. Tenemos una misión muy clara que tú también te verás obligada a cumplir.

No me sentí con fuerzas de preguntar cual era. Él se levantó para poner sus ojos a la altura de los míos.

-Somos lo que todos temen. Lo que todos odian. Los portadores de lo inevitable

-¿Qué es lo inevitable?-Me atreví a susurrar.

Él me miró con pesar. Por primera vez, su voz trató de sonar dulce.

-Lo que portamos, Clara, lo que somos, es la muerte.

domingo, 20 de febrero de 2011

Dos


UN PULSO CON LA MUERTE.

Era absurdo morir de esa forma. Era absurdo morir, así de simple. La muerte es algo que no está entre los planes de ningún adolescente. Y yo tenía demasiados planes por cumplir: Enamorarme, ir a la universidad, irme de casa, tener un pastor alemán, vivir en Finlandia…

Tenía toda la vida por delante, algo totalmente sólido que de golpe se había desvanecido sin dejar rastro. Como un sueño que había dejado de ser real al despertar.

No. No iba a terminar así. No pensaba permitírmelo así que no lo hice. “Despierta. ¡Despierta!” Me ordené, como si con esa orden pudiese obligarme a hacerlo. Como si con mi voluntad pudiese volver a la vida.

Evidentemente no era suficiente. Pero yo seguía existiendo. “Pienso luego existo. Sigo existiendo. Sigo existiendo…” Repetí una y otra vez mentalmente.

Empecé a asustarme. No había ninguna luz blanca, ni ningún túnel. No había nada, absolutamente nada. Sólo estaba mi esencia, amenazando con irse disipando poco a poco. No tenía ojos que poder abrir ni un cuerpo con el que poder sentir. De algún modo intuía que tenía que tranquilizarme, que tenía que dejar de pensar, de sentir... Que tenía que irme. Pero no quería. Me negaba con todas mis fuerzas a alejarme de todo lo que quedaba atrás. De los restos de mi mundo.

“No. No. ¡No!”

Me aferré a los últimos instantes vividos. Me aferré al recuerdo del dolor y las sensaciones que amenazaban con desaparecer.

La nada en la que estaba empezó a volverse inestable. Tenía que irme, sólo era una zona de paso que yo me negaba a abandonar. Hice caso omiso del sentido común y seguí resistiéndome al olvido con todas mis fuerzas. No iba a rendirme.

-¿Qué haces? ¡Tienes que irte!-Dijo una voz que no venía de ninguna parte.

“No pienso hacerlo.”

Entonces empezó el dolor, conforme recuperaba la consciencia de mi cuerpo maltrecho. Grité, un grito agónico que también tenía algo de desafío.

-No tiene que ser así.-Volvió a decir la voz, conciliadora.-Deberías buscar la paz.

-¡No!-Chillé.

La boca me sabía a sangre. Me alegré de poder sentirlo. Me entregué a cada punzada de dolor, negándome a rendirme a la nada.

-No voy a irme.-Aseguré. –Aunque el dolor y la sangre sea lo único a lo que pueda aspirar, no voy a irme.

Noté su enfado. Aguanté el sufrimiento, cada vez mayor. Era una especie de pulso entre la vida y la muerte. Yo me aferraba a la vida y esa voz quería empujarme al otro lado. Me negué. Luché con todas mis fuerzas.

-Esta bien, tú lo has querido.-Suspiró tristemente.-Pero no tienes ni idea de a lo que te estás condenando.

Entonces llegó la oscuridad, y me llevó con ella.

jueves, 17 de febrero de 2011

Uno.

FIN (Y PRINCIPIO) DE TODO.

Si tuviese que poner un principio a mi historia, a mi vida, lógicamente sería el momento en el que nací. Y debería empezar a desenredar todos los recuerdos borrosos de mi infancia, a hablar de mis padres, de mi hermano, de los amigos que me marcaron, los enemigos que me hicieron llorar de rabia y los chicos de los que creí que serían el amor de mi vida. Pero posiblemente sólo conseguiría aburrir y aburrirme.

Mi vida era tan normal, tan divertida, tan insustancial, tan única y tan irrepetible como la de cualquier otra persona. Y yo he sido tan adorable como cualquier bebé, tan inocente como cualquier niña y tan insoportable como cualquier adolescente. No, quizá sería mejor empezar con lo que terminan casi todas las historias, el día en el que acabé tendida en el suelo con el sabor metálico de la sangre en los labios y la visión más y más borrosa mientras a mi alrededor los ruidos y los gritos empezaban a amortiguarse.

Sí, ¿por qué no? Empecemos con el día de mi muerte.

Recuerdo que era uno se esos engañosos días soleados de invierno, el cielo estaba tan claro que invitaba a salir a la calle, pero una vez fuera la temperatura era cruelmente fría. Sé que era lunes, que las clases se me habían hecho eternas salvo por los momentos en los que Lidia y Carlota me pasaban notitas con cara de poker. El tema del día era criticar al chico que había dejado plantada a Lidia. En aquel momento era lo más importante. Hoy ya no recuerdo ni su nombre.

Volvía a casa con Daniel, uno de los mejores amigos que nunca he tenido. Al contrario que la mayoría de los de nuestro grupo, a él no le molestaba que yo siguiese siendo un tanto niña, al contrario. Me defendía si se metían conmigo cuando buscaba excusas para no beber, o me llamaban cerrada por no querer liarme con el salido de turno. Me cubría las espaldas siempre que podía, ya fuese ayudándome a hacer los trabajos o convenciendo a mis padres de que me dejasen salir, que me cuidaría bien.

Era capaz de hacer cualquier cosa por mí, y hasta mucho después de ser demasiado tarde, no comprendí que era porque mientras yo seguía fantaseando con el chico de mis sueños él ya tenía muy claro quien era la chica que el buscaba. Y esperaba paciéntenme a su lado, a mi lado, a que yo por fin me diese cuenta.

Volviendo la vista atrás no se como conseguía estar tan ciega, como era capaz de hablarle de lo guapísimo y majo que me parecía algún otro. No sé como era capaz de escucharme pacientemente mientras yo le hacía daño con cada palabra.

¿Cómo fue? Aún ahora es confuso. Había demasiada gente por la acera y nos separamos para adelantarles. Caminaba por el bordillo por la curva cuando alguien me empujó. Sin querer, no lo dudo, pero yo era menuda y fue suficiente. Me tambaleé, pise algo resbaladizo y giré, cayendo de espaldas.

Hubo un instante en el que todo se paralizo, mientras caía lentamente hacia la carretera. Recuerdo que pensaba algo así como que ojalá hubiese llevado las manos fuera de los bolsillos para parar la caída. El chirrido de los frenos me llegó unos instantes antes que el golpe. No dolió al principio, simplemente noté que de pronto caía en otra dirección.

Lento, todo pasaba muy lento. Se me antojaron minutos los instantes que pasaron antes de que mi cuerpo impactase con el suelo. El asfalto me desgarró la cara. Ese fue el primer dolor que noté. Todo lo que veía era oscuridad, y estaba asustada, así que abrí los labios para gritar…

Todo lo que salió fue sangre.

El dolor me recorrió como una terrible descarga eléctrica. Cada parte de mi cuerpo chillaba de forma insoportable. Quizá el de la cabeza fuera el peor, o quizá el que sentía con más claridad. Me llegaron los gritos, y quise gritar también pero mis labios no me obedecían. Alguien me dio la vuelta provocando otra descarga de dolor por toda mi columna. Veía el cielo azul claro, con esa falsa promesa de que iba a ser un día agradable y lo odié. Veía figuras borrosas más cerca, que transmitían pánico. Mi visión era cada vez más borrosa, el dolor empezaba a apagarse, al igual que el pánico y la confusión.

“Así que esto es morirse. Así que así se acaba todo.”

Era injusto. Quería vivir. Había sido una caída tan tonta… Entonces, mientras que todas las siluetas se difuminaban, una empezó a definirse. Un hombre delgado de pelo oscuro, ojos negros y expresión triste, que se inclinó sobre mí cuando todo lo demás empezó a borrarse.

-Lo siento, pequeña.-Su voz, apenas era un murmullo que me llegó totalmente claro, y consiguió calmar mi dolor.-Créeme, lo siento tanto…

miércoles, 16 de febrero de 2011

Reencuentro.

Lluvia, lluvia, lluvia…

Las gotas de agua golpean con furia mi rostro, enojadas de que pueda sentirlas. Abro los brazos, cierro los ojos y dejo que la risa fluya como una cascada, que se escape por mis labios, que resuene por la noche. El viento tironea de mi fino vestido empapado y revuelve mi pelo. Me siento como medusa, con cientos de serpientes húmedas acariciando torpemente mi rostro. Y el frío, esta maravillosa sensación de frío que me eriza la piel, un abrazo de finas agujas que me gritan “¡Estás viva!”

En unos minutos o en unas horas se romperá el hechizo. El sol desgarrará la noche y cuando las sombras se vayan yo volveré a ser invisible, intangible, un soplo de nada. ¿Qué importa? Cualquier futuro me parece lejano; este instante es inmortal.

¡Estoy viva! ¡Viva! Las sensaciones me desbordan y ya no se si río, lloro, ambas o ninguna. Abro los ojos y cada gota de lluvia, iluminada fugazmente por alguna farola cercana, me parece mágica. Extiendo mis brazos hacia el cielo, abro las palmas de mis manos. Quiero que la lluvia bese cada milímetro de mi piel. Trato de atraparla, de besarla de saborearla… ¿Siempre ha sido tan sumamente maravillosa? ¿Cómo puede estar todo el mundo encerrado en su casa, esas ordenadas cajas de cemento, perdiéndose esta noche tan única, irrepetible y mágica?

Y corro. Me encanta correr. Me encanta jadear entre carcajadas, y sentir mis piernas cansadas. Me encanta el pinchazo en el costado, como una exclamación de sorpresa de mi cuerpo diciéndome que por favor pare, que no puede seguirme el ritmo. Y paro, me siento en un bordillo, me descalzo y arrojo lejos, con todas mis fuerzas mis zapatillas. Apoyo los pies en el asfalto, recreándome cómo me mordisquea las plantas de los pies. Y doy cada paso con cuidado, saboreando cada sensación, como si apenas tuviese un año y estuviese aprendiendo a andar. Soy más consciente de lo que jamás he sido de cada centímetro de mi cuerpo, de hasta el más pequeño movimiento que hago al caminar, de mi peso, de cada sensación que transmite cada célula de mi cuerpo...

-Clara.-Apenas un susurro que se desliza entre el tintineo de la lluvia contra el suelo. Me giro, lentamente, y aunque la persona que veo es la última que encaja en este lugar, bajo esta lluvia, en esta noche, mi noche; de algún modo tiene sentido.

Es más alto que yo. Su pelo negro en un amasijo desordenado de rizos húmedos. No es el niño delgado que absurdamente esperaba que siguiese siento, sino una versión joven de él. Pero sus ojos, del mismo extraño tono gris claro, me miran con la misma ingenuidad que en todos los recuerdos que guardo de él, con una inocencia tan sincera que casi duele. Pero no hoy. No esta noche. Todo es tal y como debería ser.

La vida tiene un extraño sentido del humor. Y una extraña manera de compensarnos por lo que ella misma nos arrebata.

Me acerco a él, sé que sonrío y lloro de pura emoción. Él también está en manga corta y las mejillas rojas, como si hubiese corrido para alcanzarme. También parece ajeno al frío y me mira conteniendo el aliento, como si fuese a desvanecerme con un simple pestañeo. Sus labios balbucean, noto que va a derrumbarse y salto hacia él. Le abrazo, le abrazo con todas mis fuerzas y dejo que sea él el que llore, el que se aferre a mí y solloce, sin atreverse a repetir mi nombre.

Y noto que la noche va a terminar, pero todo esta bien. En vez de llorar, en vez de entristecerme o sentir cómo el dolor se aferra a mi corazón me siento en paz. Todo es como tiene que ser. Me separo de él. Limpio sus lágrimas acariciando su cara.

-Todo esta bien.-Susurro, y consigo que se calme, que vuelva a mirarme a los ojos.

-Prométeme que eres real.

-Soy tan real como la última vez que te abracé. Y te sigo queriendo tanto como entonces.

El sol nace, y noto como el frío y la sensación de humedad se evaporan. Me pongo de puntillas para poder besarle en la frente antes de que la noche termine y me lleve consigo.

Y mientras me hago invisible, intangible, un soplo de nada; él alza su mano hasta mi mejilla y esboza una sonrisa tan cálida que ni diez mil soles podrían igualar.

-Gracias.