miércoles, 16 de febrero de 2011

Reencuentro.

Lluvia, lluvia, lluvia…

Las gotas de agua golpean con furia mi rostro, enojadas de que pueda sentirlas. Abro los brazos, cierro los ojos y dejo que la risa fluya como una cascada, que se escape por mis labios, que resuene por la noche. El viento tironea de mi fino vestido empapado y revuelve mi pelo. Me siento como medusa, con cientos de serpientes húmedas acariciando torpemente mi rostro. Y el frío, esta maravillosa sensación de frío que me eriza la piel, un abrazo de finas agujas que me gritan “¡Estás viva!”

En unos minutos o en unas horas se romperá el hechizo. El sol desgarrará la noche y cuando las sombras se vayan yo volveré a ser invisible, intangible, un soplo de nada. ¿Qué importa? Cualquier futuro me parece lejano; este instante es inmortal.

¡Estoy viva! ¡Viva! Las sensaciones me desbordan y ya no se si río, lloro, ambas o ninguna. Abro los ojos y cada gota de lluvia, iluminada fugazmente por alguna farola cercana, me parece mágica. Extiendo mis brazos hacia el cielo, abro las palmas de mis manos. Quiero que la lluvia bese cada milímetro de mi piel. Trato de atraparla, de besarla de saborearla… ¿Siempre ha sido tan sumamente maravillosa? ¿Cómo puede estar todo el mundo encerrado en su casa, esas ordenadas cajas de cemento, perdiéndose esta noche tan única, irrepetible y mágica?

Y corro. Me encanta correr. Me encanta jadear entre carcajadas, y sentir mis piernas cansadas. Me encanta el pinchazo en el costado, como una exclamación de sorpresa de mi cuerpo diciéndome que por favor pare, que no puede seguirme el ritmo. Y paro, me siento en un bordillo, me descalzo y arrojo lejos, con todas mis fuerzas mis zapatillas. Apoyo los pies en el asfalto, recreándome cómo me mordisquea las plantas de los pies. Y doy cada paso con cuidado, saboreando cada sensación, como si apenas tuviese un año y estuviese aprendiendo a andar. Soy más consciente de lo que jamás he sido de cada centímetro de mi cuerpo, de hasta el más pequeño movimiento que hago al caminar, de mi peso, de cada sensación que transmite cada célula de mi cuerpo...

-Clara.-Apenas un susurro que se desliza entre el tintineo de la lluvia contra el suelo. Me giro, lentamente, y aunque la persona que veo es la última que encaja en este lugar, bajo esta lluvia, en esta noche, mi noche; de algún modo tiene sentido.

Es más alto que yo. Su pelo negro en un amasijo desordenado de rizos húmedos. No es el niño delgado que absurdamente esperaba que siguiese siento, sino una versión joven de él. Pero sus ojos, del mismo extraño tono gris claro, me miran con la misma ingenuidad que en todos los recuerdos que guardo de él, con una inocencia tan sincera que casi duele. Pero no hoy. No esta noche. Todo es tal y como debería ser.

La vida tiene un extraño sentido del humor. Y una extraña manera de compensarnos por lo que ella misma nos arrebata.

Me acerco a él, sé que sonrío y lloro de pura emoción. Él también está en manga corta y las mejillas rojas, como si hubiese corrido para alcanzarme. También parece ajeno al frío y me mira conteniendo el aliento, como si fuese a desvanecerme con un simple pestañeo. Sus labios balbucean, noto que va a derrumbarse y salto hacia él. Le abrazo, le abrazo con todas mis fuerzas y dejo que sea él el que llore, el que se aferre a mí y solloce, sin atreverse a repetir mi nombre.

Y noto que la noche va a terminar, pero todo esta bien. En vez de llorar, en vez de entristecerme o sentir cómo el dolor se aferra a mi corazón me siento en paz. Todo es como tiene que ser. Me separo de él. Limpio sus lágrimas acariciando su cara.

-Todo esta bien.-Susurro, y consigo que se calme, que vuelva a mirarme a los ojos.

-Prométeme que eres real.

-Soy tan real como la última vez que te abracé. Y te sigo queriendo tanto como entonces.

El sol nace, y noto como el frío y la sensación de humedad se evaporan. Me pongo de puntillas para poder besarle en la frente antes de que la noche termine y me lleve consigo.

Y mientras me hago invisible, intangible, un soplo de nada; él alza su mano hasta mi mejilla y esboza una sonrisa tan cálida que ni diez mil soles podrían igualar.

-Gracias.

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