jueves, 24 de febrero de 2011

Cuatro

CAÍDA LIBRE

Quise gritar. Estaba paralizada. Empecé a temblar violentamente y él tuvo que sujetarme y hacerme sentar en la cama.

-Sé lo que sientes. Yo… Lo siento.

Por primera vez tuvo un gesto de cariño. Me atrajo hacia sí, haciendo que apoyase la cabeza en su hombro y me acarició el pelo. Me derrumbé cuando lo hizo y rompí a llorar.

-¿Tendré que matar gente? ¿Convertirme en una asesina?

-Sí, matarás. No, no serás ninguna asesina. Nuestra misión es separar las almas de los cuerpos que ya no pueden mantenerlas.

-No quiero tener que matar a nadie. No seré capaz.

-Tendrás que hacerlo.-Contestó, resignado.

Miré mis manos, pequeñas y pálidas. Tan inocentes… ¿Iba a ser capaz realmente de matar con ellas? Podía jugar con las palabras todo lo que quisiera, matar era asesinar. ¿Iba a ser capaz de arrebatarle a otros todo lo que me habían arrebatado a mí? ¡Ni siquiera había asimilado que mi vida acababa de terminar! Sollocé con más fuerza. Me sentía tan pequeña… Sólo quería que mis padres me despertasen, que me abrazasen y que me dijesen que había sido un mal sueño.

-Es culpa mía.-Se lamentó el chico.-Tenía que haberte conducido al otro lado, pero tu alma era escurridiza. Y eras demasiado fuerte… No era tu tiempo. Tenías que haber muerto mucho más adelante. Ese idiota que te atropelló…

-¿Cuánto?-Le interrumpí con voz rota por el llanto.

-¿Cuánto qué?

-¿Cuántos años tenía que haber vivido?

Alzó las cejas sorprendido. Luego frunció el ceño, pensativo.

-Te quedaban unos cuarenta años. No era una vida demasiado larga, pero bastante más que la que has tenido…

-¿Iba a tener hijos?

Él soltó una carcajada.

-¡Perdona! No quiero ofenderte pero… No veo el futuro, Clara.

-Mejor.-Mascullé limpiándome las lágrimas con la manga de la camisa.

No quería saber que hubiesen sido dos niñas y un niño que ya nunca existirían. Mi mirada se fijó en el espejo que había en el tocador, frente a la cama. Estaba llorando, y las lágrimas surcaban mis mejillas, pero no tenía los ojos enrojecidos ni hinchados. Lloraba como las actrices de las películas: Lágrimas elegantes surcaban mi cara que no sufría ningún antiestético efecto negativo. Ni siquiera me moqueaba la nariz.

Él sacó un pañuelo de tela de alguna parte y me limpió las lágrimas delicadamente.

-No todo es malo. Hay pequeñas cosas que no están mal del todo.

-¿Cómo que mi cara no se transforme en la de un sapo al llorar?

-No te dolerá nada. No tenemos que abrigarnos, ni pasamos calor. No tenemos hambre, no necesitamos dormir…

-No tengo claro que eso sea bueno. Me encanta dormir.

Empezó a reírse y algo de su risa se me contagió. Le examiné de reojo. Puede que no fuera tan mal tipo cuando se le olvidaba estar amargado o enfadado conmigo.

-No me has dicho tu nombre.

-Me llamo Tarik. Y prometo que no seré tan mala compañía como te temes.

-Empieza por dejar de leerme la mente.-Bufé.

Tarik río. Se levantó y me tendió la mano.

-¿Qué quieres?

-Voy a enseñarte otra de las pequeñas ventajas de nuestra condición.

Dudé, pero luego me encogí de hombros. Estaba muerta, ¿qué más podía pasarme? Le di la mano y no pude evitar sorprenderme de lo suave que era la suya. Tiró de mí para ponerme en pié y luego me sonrió con un brillo travieso en sus ojos negros.

-No tengas miedo y ¡sígueme!

Entonces echó a correr hacia la pared tirando con fuerza de mí. Grité, cubriéndome la cara con el brazo para frenar el golpe. Cerré los ojos y me preparé para el impacto. Sólo que no lo hubo, sólo una extraña sensación de estar flotando… Y luego la velocidad, el viento furioso revolviéndome el pelo.

La risa de Tarik me animó a abrir con cuidado los ojos. El vértigo me encogió el estómago. No había nada bajo nuestros pies, salvo una caída de siete pisos. Nos precipitábamos hacia el suelo. Volví a gritar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario