viernes, 7 de octubre de 2011

Nueve

DISCUSIÓN
-¡Vale, para ya!


Tarik hizo caso omiso de mí, y me seguía arrastrando, haciendo que cruzásemos manzanas en un tiempo record gracias a que íbamos en linea recta, atravesando edificios. 
Solté un grito cuando me hizo seguirle por la carretera y un coche nos atropeyó... Para atravesarnos limpiamente. Me dejé llevar por Tarik siguiendo con la vista al coche. Había sido muy raro estar dentro de él.

-¡Tarik, para de una vez!

-¿Tanto te cuenta confiar un poco en mí?

-¿Qué has visto?

-Algo peligroso.

-Dijiste que nada podía hacernos...

-¡Dije que nada puramente físico puede hacernos daño! Que se te meta bien en la cabeza. No es lo mismo.

Le fulminé con la mirada. ¿A santo de qué me trataba de pronto de forma tan borde?

Caminamos un rato más en silencio y finalmente se detuvo en un parque. Aguanté mi mirada de mal humor hasta que él terminó de recorrer nuestro alrededor con la mirada y por fin se fijó en mí.

-¿Ahora ya puedo saber de lo que huíamos, algo no puramente físico?

-Hay sentimientos demasiado intensos que pueden dañarnos.-Parecía incómodo al darme esa información. 
Arqueé las cejas.

-¿Estamos huyendo de un sentimiento?

-No. Era un ejemplo.

-¿Por qué no me respondes directamente de una vez?

-No es fácil. 

Me crucé de brazos, enfadada.

-Tampoco soy tan tonta como para no entenderlo.

-¿Por qué tienes que hacer todo tan complicado?-Explotó, frustrado-¿Por qué...?

-BASTA.

Se quedó paralizado, con la boca medio abierta y su segunda pregunta aún en los labios.

-Si piensas volver a echarme la culpa por no haber desaparecido después de morir puedes ahorrártelo. ¡Estoy harta! ¡Yo no tengo la culpa! Deja de pagarlo conmigo.

-Sólo quiero decir qué no eres precisamente...

-¡Yo tampoco te soporto a ti, y me aguanto! ¿Aunque, para qué?

Demasiado furiosa para escucharle, o para pensar en lo que estaba haciendo, me giré y eché a correr 
alejándome de él.

Gracias

No se en qué momento dejé un poco abandonado esto, pero volver y leer vuestros comentarios, (incluso es de mi ahijada tirándome virtualmente de los pelos virtualmente para que escriba el siguiente post) ha conseguido no sólo hacerme sonreír si no hacer que me sienta mucho mejor, con muchas más ganas y que necesito daros las gracias por animarme.
No hay nada mejor como intento de escritor que tener gente que te lea voluntariamente. Y si encima se toma su tiempo para comentar ya no puedo pedir más :)

Ya que estoy, quiero hacer publi de un blog que he empezado a escribir con una amiga en el que hacemos una versión nueva, enfermizamente retorcida del cuento de Peter Pan. http://desde-nunca-jamas.blogspot.com/
¡Mi Peter Pan escribe demasiado bien!

Un abrazo a todos y me pongo YA MISMO con el nueve.

¡Besitos! ¡Se os quiere!

lunes, 30 de mayo de 2011

Ocho

DE COMPRAS.

Tarik nos dijo que nos íbamos de la cuidad.

No protesté ni me entusiasmé. Desde que me despedí de Dani me había quedado aletargada, incapaz de sentir nada. Tarik me explicaba cosas sobre mi nueva condición, que no tendría hambre, que no me cansaría, que nada físico me afectaría… Nada de eso me parecía realmente importante. Tarik respetaba mi silencio, aunque más tarde me confesó que estaba realmente desorientado, y no sabía qué hacer. “Igual que un padre primerizo.”

Paseábamos sin rumbo ni prisa por las calles de la cuidad a la que me llevó. Yo miraba sin mucho interés los escaparates en los que nos reflejábamos sólo a medias, y la forma que tenía la gente de esquivarnos sin ser conscientes.

-¿Qué te parece si nos vamos de compra?-Me soltó Tarik de repente.

Reí sin muchas ganas.

-Hablo en serio, Clara. Bueno, más o menos.

-¿Hay centros comerciales de fantasmas?

-No lo creo. Es mejor aún, mira.

Me llevó a una tienda de moda y atravesamos la pared para entrar. Aún me costaba acostumbrarme a esa sensación y no podía evitar cerrar los ojos. Tarik se puso frente a un maniquí que llevaba una chaqueta negra, tocó la prenda, cerró los ojos y cuando los abrió, su ropa había cambiado y llevaba una chaqueta exactamente igual que la del maniquí.

-¿Cómo lo has hecho?

-Sólo tienes que notarla, sentir el tejido, y visualizarte con eso puesto.

En seguida toqué la primera prenda que encontré, un sombrero beige, para probarlo. Fue más fácil de lo que había esperado y rompí a reír al verme medio reflejada en el espejo con mis vaqueros y mi vieja sudadera y el ridículo sombrero.

-¿Cómo me lo quito?

-Cierra los ojos y visualízate sin él.

En cuanto aprendí a hacerlo recorrí toda la tienda probándome de todo: Desde las mayas más horteras a los vestidos de noche más caros. Era tan divertido como fácil, y Tarik se contagió de mi buen humor y mi risa fácil.

Llevaba unos vaqueros cortos y una camisa larga morada cuando Tarik se puso serio de pronto. Noté que pasaba algo y yo también me detuve.

-Tarik…

-Tenemos que irnos.

-¿Pasa algo?

-Sólo confía en mí.-Contestó en tono seco.

Me cogió de la muñeca y nos alejamos con pasos largos y rápidos de la tienda. Le seguí asustada, después de todo... ¿Qué era capaz de hacer que la mismísima muerte se alejase nerviosa?

lunes, 11 de abril de 2011

Siete

SOÑAR

-No puedes hablar con alguien como lo has hecho hasta ahora. Y aunque pudiésemos no debemos.-Me explicó Tarik.-Pero sí que hay algunas formas de comunicarse con los vivos que no son dañinas para ellos, si tenemos cuidado.

Cada palabra me parecía un rayo de esperanza. Caminábamos juntos, pero él dejaba que le yo le indicase el camino. Íbamos a casa de Dani.

No podía evitar ir acelerando el paso, y me tenía que parar cada poco para esperarle.

-Clara, no es cuestión de tiempo. Trata de relajarte.

-¿No podemos darnos prisa?

-¡Me estás poniendo de los nervios!-Suspiré y me esforcé en caminar a un ritmo que me parecía absurdamente lento.

-¿Y como funciona?

-Ahora lo verás.

-Estamos llegando.-Señalé su portal con un hormigueo en el estómago.-Ahí vive Dani.

Tarik asintió. Siguiendo la costumbre fui hacia la puerta y me estaba preguntando como abrirla cuando Tarik me cogió de la mano, tiró de mí y la atravesamos sin más.

-Podría acostumbrarme a esto.-Bromeé.

Subimos las escaleras. Me exasperaba el paso lento y tranquilo de mi mentor. Por fin llegamos a su casa y traspasamos la puerta. Escuché unos murmullos apagados que llegaban de la cocina.

-Quizá debamos buscar un psicólogo.

-Puede ser…

Las palabras de sus padres consiguieron que se me formase un nudo en la garganta. Me apresuré a llegar a la habitación de Dani. Los recuerdos me asaltaron. ¿Cuántas tardes había pasado en ese escritorio haciendo trabajos? ¿Cuántas horas habíamos gastado sobre su cama hablando de música, de amigos, del futuro que para mí ya nunca llegaría?

Dani estaba tumbado en su cama de lado. Tenía la ropa puesta y lloraba en silencio. Noté el brazo de Tarik sobre mis hombros, tratando de consolarme.

-¿Y ahora?

-Esperamos.

-¿Cuánto tiempo?

-Hasta que se quede dormido.

No nos sentamos. No nos hizo falta, aunque Dani tardó horas en quedarse dormido no nos cansamos, ni lo más mínimo. Ventajas de no tener un cuerpo tangible, supongo. Cuando la respiración de Dani se hizo más profunda y tranquila Tarik me soltó.

-Ahora. Túmbate a su lado.

-¿Qué vas a hacer?

-Voy ha meterte en su sueño.

-Creía que no podemos dormir.

-En condiciones normales no. Pero sí podemos meternos en los sueños de alguien, incluso manipularlos.

-¿Y cuando despierte él lo recordará?

-Puede que no, pero el mensaje que le des lo recibirá consciente o inconscientemente. Si alguien puede hacer que deje de sentirse culpable eres tú.

Me tumbé al lado de Dani. Puse mi mano sobre la suya. La acaricié. Cerré los ojos.

-Estoy lista.

La mano de Tarik se posó sobre mi frente. Empiecé a marearme, pero era un mareo agradable y me dejé llevar.

***

El viento me golpeaba con fuerza en la cara. Con tanta fuerza que me costó abrir los ojos. Estaba en la cima de algún rascacielos imposiblemente alto. A lo lejos, muy abajo, se veía la ciudad. El vértigo hizo que me estremeciera.

Me giré. Dani estaba de espaldas a mí, en el otro extremo del edificio con los brazos extendidos, como un águila. A punto de saltar.

-¡No!-Grité.

El viento se llevó mis palabras. Corrí hacia él y llegué justo cuando estaba tomando impulso para el salto. Mis brazos rodearon su pecho. Apoyé mi mejilla en su espalda.

-No.-Susurré.

Noté como tiembla entre mis brazos. Sus manos acariciaron mi piel.

-No puedo vivir sabiendo que por mi culpa…

-No ha sido tu culpa.

-Me da lo mismo.-Se giró hacia mí.

Yo no separé los brazos así que quedamos frente a frente, abrazados. El viento enredaba nuestro pelo. Yo me perdí en la tristeza de sus ojos.

-No puedo vivir en un mundo en el que tú ya no estés.

Sentí como se me encogía el alma. Sólo entonces comprendí lo que él había sentido siempre por mí. Me quedé muy quieta mientras él, lentamente, se inclinaba sobre mí y me besaba. Sus labios me provocaron un cosquilleo que me recorrió todo el cuerpo y se convirtió en fuego en mi pecho. No quería que el beso acabara nunca.

Cuando nuestros labios se separaron él me abrazó más fuerte. Yo apoyé mi cabeza en su pecho. Confusa. Aturdida. Perdida. Triste. Sorprendida…

-Quiero estar contigo.

-Te prometo que seguiré contigo. Si tu me prometes seguir con tu vida.-Mi voz esta ronca, pero firme. Me enfrento a la tristeza de sus ojos.-Pero si no vives, me perderás para siempre.

-Te quiero, Clara. Te amo.

-Entonces sé feliz. Así me harás feliz.

El viento sopla con más fuerza. Noto como los dos empezamos a deshacernos, como si fuésemos dos esculturas de arena. Me besa de nuevo. Sabe a sal, a mar, a lágrimas.

-Hasta siempre…-Le susurro al oído antes de que el viento nos lleve.

sábado, 26 de marzo de 2011

Seis

DESPEDIDA.

(Muchísimas gracias a cada uno de los que me leéis y a cada comentario que me escribís, no sabéis cuánto significa para mi :) Espero tener más tiempo y no tardar tanto en publicar el próximo capitulo.)

No estaba muy convencida si debía de ir o no, pero Tarik me insistió, así que allí estábamos: Asistiendo a mi funeral.

“Podría ser peor.” Me obligué a pensar.

Estábamos alejados del grupo de amigos y familiares que parecían tan tristes como sorprendidos de estar allí, como si no se lo creyesen del todo. Yo desde luego tampoco podía creerlo. Nos habíamos sentado en el muro de piedra que separaba la tierra de los muertos con el mundo de los vivos. Lo suficientemente cerca para escucharles, pero lo bastante lejos para poder desviar la mirada y distraerme con los jardines del otro lado cuando la emoción se volvía demasiado fuerte para poder contenerla.

-Ellos necesitan despedirse de ti. Y tú de ellos.-Había dicho Tarik.

Y yo me había dejado convencer, pero una vez allí, con la mirada clavada en el suelo y las palmas de mis manos húmedas de lágrimas invisibles ya no me parecía tan buena idea. Alcé la vista al cielo. Decidí que definitivamente odiaba a ese sol engañosamente cálido de invierno. Me traía mala suerte. Había aguantado las últimas palabras de mis amigos; ver a mi madre, pálida y sin ninguna expresión en su cara que parecía haber envejecido por lo menos diez años; escuchar a mi padre romper a llorar, y a mi hermano pequeño gritarme que me despertase y aporrear mi ataúd hasta que le sujetaron.

Y ya era bastante malo saber que tenía que dejarlos a todos atrás para considerar también el daño que les estaba haciendo al irme.

-No ha sido tu culpa.-Mustió Tarik.

-Fuera de mi cabeza.-Ordené, entre dientes para controlar mi voz rota por el llanto.

Pero de algún modo me consoló. Sus palabras y la tristeza que reflejaban. Desde luego era mejor que lamentase mi muerte a que me culpase por haberme negado a ir a ese otro lado.

Dani se levantó y yo gemí. Tenía un aspecto horrible: Demacrado, los ojos hinchados y sus movimientos eran torpes y vacilantes. Y de algún modo yo le había hecho eso.

-Clara, yo…

Un sollozo le hizo interrumpirse. Luego empezó a llorar casi histéricamente. Dos amigos nuestros trataron de tranquilizarle, pero él se derrumbó sobre mi ataúd.

-¡Es culpa mía, Clara!-Gritó.-Debí sujetarte. ¡Debí salvarte! ¡Clara, lo siento! ¡Perdóname!

Por fin lograron llevárselo. Hasta que Tarik no me abrazó no me di cuenta de que yo también había roto a llorar convulsivamente.

-¿No puedo decirles que estoy bien? ¿No puedes decírselo tú?

Tarik no respondió. Me meció y empezó a cantarme una especie de nana en algún idioma que yo no conocía. Nos quedamos allí hasta que todos abandonaron el lugar, y yo me iba despidiendo de cada uno mentalmente según salían por la puerta.

“Adiós, mamá. Adiós, papá. Se que no he sido la hija que os merecéis, pero os quiero muchísimo. Ser fuertes.

Adiós, hermanito. Ojalá hubiese podido verte crecer. Cuida de nuestros padres, te necesitan más que nunca.

Adiós, Lidia, Oscar, Carlota, Ángel… Adiós, amigos. Os prometo que nunca voy a olvidaros.

Adiós, Dani… Te quiero tanto que creo que el corazón va a rompérseme de un momento a otro. No puedo verte así, Dani, no puedo…”

Cuando al fin, estando el cementerio ya vacío, el sol se fundió con el horizonte, sentí algo de calma. Mi tumba estaba cubierta de flores, muchas más flores de las que me habían regalado en toda mi vida.

-Quizá tú también quieras decir unas palabras de despedida…-Sugirió Tarik.

Lo primero que pensé fue en negarme, incluso ofenderme por esa estúpida sugerencia. Pero entonces me di cuenta de que era necesario que dejase morir a la antigua Clara, la adolescente, la estudiante, la que respiraba y vivía; para poder asumir que me había convertido en otra cosa totalmente distinta.

Me puse junto a mi lápida y acaricié con la punta de los dedos la corona de rosas blancas.

-Aquí yace Clara. Que vivió y murió, y decidió no descansar en paz.

Tarik esbozó media sonrisa y se puso a mi lado.

-Aquí yace Clara. Que le echó un pulso a la muerte y sufrirá las consecuencias de quedar en tablas.

lunes, 28 de febrero de 2011

Cinco

RAZONES PARA SEGUIR.

(Dedicado a Amanda, por animarme a escribir cada capítulo :) )

Cerré los ojos unos metros antes del impacto. Noté algo que golpeaba mis piernas, me desequilibré mi cuerpo giró, algo me golpeó en el hombro y luego en la espalda, aunque no me dolió nada en absoluto. Algo era raro, daba la sensación de que había parado de caer.

Tarik se rió de buena gana. Abrí los ojos para encontrarme tirada boca arriba en el suelo. Él estaba a un metro, de pie. La caída de siete pisos le había afectado tanto como saltar dos peldaños.

-Te dije que no nos dolería nada.

-Pero…

Me puse en pie desconcertada, analizando mi cuerpo. Nada. Ni siquiera había arañado los vaqueros.

-Técnicamente, no tenemos huesos que podamos rompernos. Somos algo abstracto.

-¿Entonces nada puede hacernos daño?

-Nada puramente físico.

-¿Y qué es lo que nos puede hacer daño? ¿Qué es no puramente físico?

Tarik puso los ojos en blanco. Me agarró un brazo y me retorció la muñeca hasta que solté un gritito de dolor.

-Yo, por ejemplo. Estamos hechos de lo mismo, así que podemos hacernos daño mutuamente.

-¡Vale, suéltame!-Me masajeé la muñeca.-Pero no lo entiendo del todo. Si no tenemos huesos, ni músculos reales ¿por qué me duele lo que puedas hacerme?

-Es complicado. Imagínate que fuésemos pensamientos. Nadie puede hacer daño a los pensamientos, son algo totalmente intangibles. Pero puedes tener otro pensamiento que haga que el primero pierda valor. Uno puede anular al otro, incluso eliminarlo. Somos lo mismo, así que podríamos hacernos daño o incluso acabar con el otro. Pero francamente no le encuentro mucho sentido.

Asimilé la información. Así que otros comos nosotros podían hacernos daño, pero por la forma despreocupada de decirlo supuse que eso era muy poco probable que ocurriese.

-¿Hay muchos como nosotros?

Tarik se encogió de hombros.

-Es difícil de decir. Somos pocos, pero verás a más como nosotros. Y de vez en cuando es un alivio poder hablar con alguien para variar.

No tuve problemas para entender a que se refería. Una mujer pasó a mi lado sin verme. Casi se choca con Tarik, pero le esquivó por unos milímetros.

-¡Te ha evitado! ¿Sabe de alguna manera que estamos aquí?

-Creo que sienten una ligera intuición. Podemos atravesarlos, pero no les gusta que lo hagamos.

-¿Por qué no?

-Sienten un escalofrío desagradable. Muchas veces también presienten que va a pasar algo malo, y esa sensación puede acompañarles incluso días.

-Trataré de evitarles.

-No te preocupes. Ellos suelen hacerlo bastante bien. Basta con no coger el metro en hora punta.

Sonreí, pero entonces los pensamientos más pesimistas volvieron a rondarme la cabeza, como sombras. Me preguntaba si les habrían dicho ya a mis padres la noticia, a mis amigos, a Dani… Traté de esconder esos pensamientos, de olvidarlos. Tarik me pasó el brazo por los hombros.

-El luto es necesario. Tienes que darte un tiempo. No te puedo prometer que el dolor pasará pronto, ni siquiera que el dolor pasará. Pero quizá si que pueda intentar demostrarte que siempre hay cosas por las que merece la pena vivir.

-Y por las que desafiar a la muerte…

jueves, 24 de febrero de 2011

Cuatro

CAÍDA LIBRE

Quise gritar. Estaba paralizada. Empecé a temblar violentamente y él tuvo que sujetarme y hacerme sentar en la cama.

-Sé lo que sientes. Yo… Lo siento.

Por primera vez tuvo un gesto de cariño. Me atrajo hacia sí, haciendo que apoyase la cabeza en su hombro y me acarició el pelo. Me derrumbé cuando lo hizo y rompí a llorar.

-¿Tendré que matar gente? ¿Convertirme en una asesina?

-Sí, matarás. No, no serás ninguna asesina. Nuestra misión es separar las almas de los cuerpos que ya no pueden mantenerlas.

-No quiero tener que matar a nadie. No seré capaz.

-Tendrás que hacerlo.-Contestó, resignado.

Miré mis manos, pequeñas y pálidas. Tan inocentes… ¿Iba a ser capaz realmente de matar con ellas? Podía jugar con las palabras todo lo que quisiera, matar era asesinar. ¿Iba a ser capaz de arrebatarle a otros todo lo que me habían arrebatado a mí? ¡Ni siquiera había asimilado que mi vida acababa de terminar! Sollocé con más fuerza. Me sentía tan pequeña… Sólo quería que mis padres me despertasen, que me abrazasen y que me dijesen que había sido un mal sueño.

-Es culpa mía.-Se lamentó el chico.-Tenía que haberte conducido al otro lado, pero tu alma era escurridiza. Y eras demasiado fuerte… No era tu tiempo. Tenías que haber muerto mucho más adelante. Ese idiota que te atropelló…

-¿Cuánto?-Le interrumpí con voz rota por el llanto.

-¿Cuánto qué?

-¿Cuántos años tenía que haber vivido?

Alzó las cejas sorprendido. Luego frunció el ceño, pensativo.

-Te quedaban unos cuarenta años. No era una vida demasiado larga, pero bastante más que la que has tenido…

-¿Iba a tener hijos?

Él soltó una carcajada.

-¡Perdona! No quiero ofenderte pero… No veo el futuro, Clara.

-Mejor.-Mascullé limpiándome las lágrimas con la manga de la camisa.

No quería saber que hubiesen sido dos niñas y un niño que ya nunca existirían. Mi mirada se fijó en el espejo que había en el tocador, frente a la cama. Estaba llorando, y las lágrimas surcaban mis mejillas, pero no tenía los ojos enrojecidos ni hinchados. Lloraba como las actrices de las películas: Lágrimas elegantes surcaban mi cara que no sufría ningún antiestético efecto negativo. Ni siquiera me moqueaba la nariz.

Él sacó un pañuelo de tela de alguna parte y me limpió las lágrimas delicadamente.

-No todo es malo. Hay pequeñas cosas que no están mal del todo.

-¿Cómo que mi cara no se transforme en la de un sapo al llorar?

-No te dolerá nada. No tenemos que abrigarnos, ni pasamos calor. No tenemos hambre, no necesitamos dormir…

-No tengo claro que eso sea bueno. Me encanta dormir.

Empezó a reírse y algo de su risa se me contagió. Le examiné de reojo. Puede que no fuera tan mal tipo cuando se le olvidaba estar amargado o enfadado conmigo.

-No me has dicho tu nombre.

-Me llamo Tarik. Y prometo que no seré tan mala compañía como te temes.

-Empieza por dejar de leerme la mente.-Bufé.

Tarik río. Se levantó y me tendió la mano.

-¿Qué quieres?

-Voy a enseñarte otra de las pequeñas ventajas de nuestra condición.

Dudé, pero luego me encogí de hombros. Estaba muerta, ¿qué más podía pasarme? Le di la mano y no pude evitar sorprenderme de lo suave que era la suya. Tiró de mí para ponerme en pié y luego me sonrió con un brillo travieso en sus ojos negros.

-No tengas miedo y ¡sígueme!

Entonces echó a correr hacia la pared tirando con fuerza de mí. Grité, cubriéndome la cara con el brazo para frenar el golpe. Cerré los ojos y me preparé para el impacto. Sólo que no lo hubo, sólo una extraña sensación de estar flotando… Y luego la velocidad, el viento furioso revolviéndome el pelo.

La risa de Tarik me animó a abrir con cuidado los ojos. El vértigo me encogió el estómago. No había nada bajo nuestros pies, salvo una caída de siete pisos. Nos precipitábamos hacia el suelo. Volví a gritar.

lunes, 21 de febrero de 2011

Tres

CONSECUENCIAS

Desperté. No me atreví a abrir los ojos por miedo a que no fuese real.

Mi cuerpo… Era consciente de cada parte de mi cuerpo. Estaba tendida sobre una superficie blanda. El dolor había desaparecido. El sabor a sangre también. No tenía frío ni calor, ni el más mínimo malestar. No tenía sueño, ni esa sensación acartonada de cuando te despiertas. Todo estaba bien, pero había algo extraño. Tan sutil que es difícil definirlo.

Me sentía liviana. Como si mi cuerpo no pesase. Como si alguien lo hubiese anestesiado. ¿Era posible que estuviese en un hospital? Abrí los ojos con cuidado. El techo de madera que había sobre mí no me sonaba. Tampoco las paredes malva, ni el gran cuadro de flores que cubría la pared de enfrente.

-Bienvenida entre los muertos, Clara.

La voz me hizo girarme instintivamente hacia el hombre que, sentado en una butaca elegante, me daba la espalda mirando hacia la ventana. Su tono de voz era profundamente amargo, y un poco malhumorado. Tardé un poco en ubicar la voz como la que me había hablado cuando estaba a punto de desaparecer en la nada.

-¿Fue real, verdad? No ha sido una especie de sueño… Me atropellaron, ¿verdad?-El pánico de mi propia voz me asustó. Examiné mi cuerpo.

Nada. Estaba perfecta. Aliviada, me llevé la mano al pecho, suspirando. No, no faltaba nada… Salvo el palpitar de mi corazón.

-Fue real. No hay marcha atrás posible. Ni tú ni yo pertenecemos al mundo de los vivos ahora.

Lo dijo sin ninguna emoción, como quien recita una frase que ha aprendido de memoria y ya ha perdido todo su significado. Me levanté. Mi cuerpo respondía perfectamente, aunque era distinto. Más etéreo. Mis movimientos eran totalmente silenciosos, y no me costaban el mínimo esfuerzo.

La habitación era tan impersonal que supuse que se trataba de algún hotel. Me di cuenta de que tras levantarme la cama seguía perfectamente hecha, como si nadie hubiese estado tumbado ahí.

-¿Qué pasó?

-Moriste.

Sentí su respuesta como un jarro de agua helada calándome hasta los huesos. Apreté los labios. Tenía que ser fuerte.

-Sin embargo seguimos aquí. En un… ¿Hotel?

Él asintió lacónicamente. Apreté los puños para controlar las ganas de agarrarle por los hombros y zarandearle, y obligarle a que me mirase.

-¿Qué somos?

-Querida, esa es una excelente pregunta.

Esperé en silencio, pero él no volvió a hablar. Me acerqué a él y le rodeé para poder verle la cara. Ojos negros. Pelo negro. Edad indefinida en torno a los veinte años. Tardé unos segundos en reconocerle.

-¡Tú! ¡Tú estabas cuando el accidente! Me hablaste…

-Y tú tuviste que complicarlo todo. ¿No podías haber dejado este mundo, como hacen todos? ¿Por qué tenías que aferrarte con tanta fuerza a esto? Ni siquiera tienes ni idea de lo que has conseguido… ¡Eres tan sólo una niña!

Parecía muy enfadado, aunque me dio la impresión de que el enfado no era sólo por mí, sino que también estaba disgustado consigo mismo. Me crucé de brazos y miré por la ventana, tratando de controlar mis propias emociones. No pensaba pedir perdón por luchar por mi vida.

-No es tu vida. Tu vida acabó hace un par de horas.

-¿Puedes leerme la mente?

Puso los ojos en blanco.

-Y tener que explicarte ahora todo… Yo no pedí un aprendiz.

-Yo no he pedido nada en absoluto.-Respondí controlando mi furia.-Esta mañana estaba pensando en qué película iré a ver al cine con mis amigos el fin de semana. En sólo dos horas todo ha dado tal giro que aún tengo que asimilar que no habrá película, ni cine, ni amigos, ni tendré que pedirles dinero a mis padres porque todo eso se ha acabado, ¿verdad? ¿De verdad pretendes que me importen tus problemas?

Él se calló, avergonzado. Yo aún estaba lo bastante furiosa para no analizar mis propias palabras y darme cuenta de todo lo que había perdido.

-¿Qué somos?-Exigí-¿Fantasmas? ¿Vampiros?

-Es complicado…

-¿¡Qué somos!?-Grité.

Conseguí que al fin reaccionase y sus ojos negros me mirasen con una profundidad que me asustó.

-Ningún humano puede vernos. Ningún mortal puede tocarnos. Podemos ser intangibles, así que sí, nos parecemos un poco a lo que tú llamas fantasma. Pero no vagamos llorando o aullando por los pasillos de los castillos. Tenemos una misión muy clara que tú también te verás obligada a cumplir.

No me sentí con fuerzas de preguntar cual era. Él se levantó para poner sus ojos a la altura de los míos.

-Somos lo que todos temen. Lo que todos odian. Los portadores de lo inevitable

-¿Qué es lo inevitable?-Me atreví a susurrar.

Él me miró con pesar. Por primera vez, su voz trató de sonar dulce.

-Lo que portamos, Clara, lo que somos, es la muerte.

domingo, 20 de febrero de 2011

Dos


UN PULSO CON LA MUERTE.

Era absurdo morir de esa forma. Era absurdo morir, así de simple. La muerte es algo que no está entre los planes de ningún adolescente. Y yo tenía demasiados planes por cumplir: Enamorarme, ir a la universidad, irme de casa, tener un pastor alemán, vivir en Finlandia…

Tenía toda la vida por delante, algo totalmente sólido que de golpe se había desvanecido sin dejar rastro. Como un sueño que había dejado de ser real al despertar.

No. No iba a terminar así. No pensaba permitírmelo así que no lo hice. “Despierta. ¡Despierta!” Me ordené, como si con esa orden pudiese obligarme a hacerlo. Como si con mi voluntad pudiese volver a la vida.

Evidentemente no era suficiente. Pero yo seguía existiendo. “Pienso luego existo. Sigo existiendo. Sigo existiendo…” Repetí una y otra vez mentalmente.

Empecé a asustarme. No había ninguna luz blanca, ni ningún túnel. No había nada, absolutamente nada. Sólo estaba mi esencia, amenazando con irse disipando poco a poco. No tenía ojos que poder abrir ni un cuerpo con el que poder sentir. De algún modo intuía que tenía que tranquilizarme, que tenía que dejar de pensar, de sentir... Que tenía que irme. Pero no quería. Me negaba con todas mis fuerzas a alejarme de todo lo que quedaba atrás. De los restos de mi mundo.

“No. No. ¡No!”

Me aferré a los últimos instantes vividos. Me aferré al recuerdo del dolor y las sensaciones que amenazaban con desaparecer.

La nada en la que estaba empezó a volverse inestable. Tenía que irme, sólo era una zona de paso que yo me negaba a abandonar. Hice caso omiso del sentido común y seguí resistiéndome al olvido con todas mis fuerzas. No iba a rendirme.

-¿Qué haces? ¡Tienes que irte!-Dijo una voz que no venía de ninguna parte.

“No pienso hacerlo.”

Entonces empezó el dolor, conforme recuperaba la consciencia de mi cuerpo maltrecho. Grité, un grito agónico que también tenía algo de desafío.

-No tiene que ser así.-Volvió a decir la voz, conciliadora.-Deberías buscar la paz.

-¡No!-Chillé.

La boca me sabía a sangre. Me alegré de poder sentirlo. Me entregué a cada punzada de dolor, negándome a rendirme a la nada.

-No voy a irme.-Aseguré. –Aunque el dolor y la sangre sea lo único a lo que pueda aspirar, no voy a irme.

Noté su enfado. Aguanté el sufrimiento, cada vez mayor. Era una especie de pulso entre la vida y la muerte. Yo me aferraba a la vida y esa voz quería empujarme al otro lado. Me negué. Luché con todas mis fuerzas.

-Esta bien, tú lo has querido.-Suspiró tristemente.-Pero no tienes ni idea de a lo que te estás condenando.

Entonces llegó la oscuridad, y me llevó con ella.

jueves, 17 de febrero de 2011

Uno.

FIN (Y PRINCIPIO) DE TODO.

Si tuviese que poner un principio a mi historia, a mi vida, lógicamente sería el momento en el que nací. Y debería empezar a desenredar todos los recuerdos borrosos de mi infancia, a hablar de mis padres, de mi hermano, de los amigos que me marcaron, los enemigos que me hicieron llorar de rabia y los chicos de los que creí que serían el amor de mi vida. Pero posiblemente sólo conseguiría aburrir y aburrirme.

Mi vida era tan normal, tan divertida, tan insustancial, tan única y tan irrepetible como la de cualquier otra persona. Y yo he sido tan adorable como cualquier bebé, tan inocente como cualquier niña y tan insoportable como cualquier adolescente. No, quizá sería mejor empezar con lo que terminan casi todas las historias, el día en el que acabé tendida en el suelo con el sabor metálico de la sangre en los labios y la visión más y más borrosa mientras a mi alrededor los ruidos y los gritos empezaban a amortiguarse.

Sí, ¿por qué no? Empecemos con el día de mi muerte.

Recuerdo que era uno se esos engañosos días soleados de invierno, el cielo estaba tan claro que invitaba a salir a la calle, pero una vez fuera la temperatura era cruelmente fría. Sé que era lunes, que las clases se me habían hecho eternas salvo por los momentos en los que Lidia y Carlota me pasaban notitas con cara de poker. El tema del día era criticar al chico que había dejado plantada a Lidia. En aquel momento era lo más importante. Hoy ya no recuerdo ni su nombre.

Volvía a casa con Daniel, uno de los mejores amigos que nunca he tenido. Al contrario que la mayoría de los de nuestro grupo, a él no le molestaba que yo siguiese siendo un tanto niña, al contrario. Me defendía si se metían conmigo cuando buscaba excusas para no beber, o me llamaban cerrada por no querer liarme con el salido de turno. Me cubría las espaldas siempre que podía, ya fuese ayudándome a hacer los trabajos o convenciendo a mis padres de que me dejasen salir, que me cuidaría bien.

Era capaz de hacer cualquier cosa por mí, y hasta mucho después de ser demasiado tarde, no comprendí que era porque mientras yo seguía fantaseando con el chico de mis sueños él ya tenía muy claro quien era la chica que el buscaba. Y esperaba paciéntenme a su lado, a mi lado, a que yo por fin me diese cuenta.

Volviendo la vista atrás no se como conseguía estar tan ciega, como era capaz de hablarle de lo guapísimo y majo que me parecía algún otro. No sé como era capaz de escucharme pacientemente mientras yo le hacía daño con cada palabra.

¿Cómo fue? Aún ahora es confuso. Había demasiada gente por la acera y nos separamos para adelantarles. Caminaba por el bordillo por la curva cuando alguien me empujó. Sin querer, no lo dudo, pero yo era menuda y fue suficiente. Me tambaleé, pise algo resbaladizo y giré, cayendo de espaldas.

Hubo un instante en el que todo se paralizo, mientras caía lentamente hacia la carretera. Recuerdo que pensaba algo así como que ojalá hubiese llevado las manos fuera de los bolsillos para parar la caída. El chirrido de los frenos me llegó unos instantes antes que el golpe. No dolió al principio, simplemente noté que de pronto caía en otra dirección.

Lento, todo pasaba muy lento. Se me antojaron minutos los instantes que pasaron antes de que mi cuerpo impactase con el suelo. El asfalto me desgarró la cara. Ese fue el primer dolor que noté. Todo lo que veía era oscuridad, y estaba asustada, así que abrí los labios para gritar…

Todo lo que salió fue sangre.

El dolor me recorrió como una terrible descarga eléctrica. Cada parte de mi cuerpo chillaba de forma insoportable. Quizá el de la cabeza fuera el peor, o quizá el que sentía con más claridad. Me llegaron los gritos, y quise gritar también pero mis labios no me obedecían. Alguien me dio la vuelta provocando otra descarga de dolor por toda mi columna. Veía el cielo azul claro, con esa falsa promesa de que iba a ser un día agradable y lo odié. Veía figuras borrosas más cerca, que transmitían pánico. Mi visión era cada vez más borrosa, el dolor empezaba a apagarse, al igual que el pánico y la confusión.

“Así que esto es morirse. Así que así se acaba todo.”

Era injusto. Quería vivir. Había sido una caída tan tonta… Entonces, mientras que todas las siluetas se difuminaban, una empezó a definirse. Un hombre delgado de pelo oscuro, ojos negros y expresión triste, que se inclinó sobre mí cuando todo lo demás empezó a borrarse.

-Lo siento, pequeña.-Su voz, apenas era un murmullo que me llegó totalmente claro, y consiguió calmar mi dolor.-Créeme, lo siento tanto…

miércoles, 16 de febrero de 2011

Reencuentro.

Lluvia, lluvia, lluvia…

Las gotas de agua golpean con furia mi rostro, enojadas de que pueda sentirlas. Abro los brazos, cierro los ojos y dejo que la risa fluya como una cascada, que se escape por mis labios, que resuene por la noche. El viento tironea de mi fino vestido empapado y revuelve mi pelo. Me siento como medusa, con cientos de serpientes húmedas acariciando torpemente mi rostro. Y el frío, esta maravillosa sensación de frío que me eriza la piel, un abrazo de finas agujas que me gritan “¡Estás viva!”

En unos minutos o en unas horas se romperá el hechizo. El sol desgarrará la noche y cuando las sombras se vayan yo volveré a ser invisible, intangible, un soplo de nada. ¿Qué importa? Cualquier futuro me parece lejano; este instante es inmortal.

¡Estoy viva! ¡Viva! Las sensaciones me desbordan y ya no se si río, lloro, ambas o ninguna. Abro los ojos y cada gota de lluvia, iluminada fugazmente por alguna farola cercana, me parece mágica. Extiendo mis brazos hacia el cielo, abro las palmas de mis manos. Quiero que la lluvia bese cada milímetro de mi piel. Trato de atraparla, de besarla de saborearla… ¿Siempre ha sido tan sumamente maravillosa? ¿Cómo puede estar todo el mundo encerrado en su casa, esas ordenadas cajas de cemento, perdiéndose esta noche tan única, irrepetible y mágica?

Y corro. Me encanta correr. Me encanta jadear entre carcajadas, y sentir mis piernas cansadas. Me encanta el pinchazo en el costado, como una exclamación de sorpresa de mi cuerpo diciéndome que por favor pare, que no puede seguirme el ritmo. Y paro, me siento en un bordillo, me descalzo y arrojo lejos, con todas mis fuerzas mis zapatillas. Apoyo los pies en el asfalto, recreándome cómo me mordisquea las plantas de los pies. Y doy cada paso con cuidado, saboreando cada sensación, como si apenas tuviese un año y estuviese aprendiendo a andar. Soy más consciente de lo que jamás he sido de cada centímetro de mi cuerpo, de hasta el más pequeño movimiento que hago al caminar, de mi peso, de cada sensación que transmite cada célula de mi cuerpo...

-Clara.-Apenas un susurro que se desliza entre el tintineo de la lluvia contra el suelo. Me giro, lentamente, y aunque la persona que veo es la última que encaja en este lugar, bajo esta lluvia, en esta noche, mi noche; de algún modo tiene sentido.

Es más alto que yo. Su pelo negro en un amasijo desordenado de rizos húmedos. No es el niño delgado que absurdamente esperaba que siguiese siento, sino una versión joven de él. Pero sus ojos, del mismo extraño tono gris claro, me miran con la misma ingenuidad que en todos los recuerdos que guardo de él, con una inocencia tan sincera que casi duele. Pero no hoy. No esta noche. Todo es tal y como debería ser.

La vida tiene un extraño sentido del humor. Y una extraña manera de compensarnos por lo que ella misma nos arrebata.

Me acerco a él, sé que sonrío y lloro de pura emoción. Él también está en manga corta y las mejillas rojas, como si hubiese corrido para alcanzarme. También parece ajeno al frío y me mira conteniendo el aliento, como si fuese a desvanecerme con un simple pestañeo. Sus labios balbucean, noto que va a derrumbarse y salto hacia él. Le abrazo, le abrazo con todas mis fuerzas y dejo que sea él el que llore, el que se aferre a mí y solloce, sin atreverse a repetir mi nombre.

Y noto que la noche va a terminar, pero todo esta bien. En vez de llorar, en vez de entristecerme o sentir cómo el dolor se aferra a mi corazón me siento en paz. Todo es como tiene que ser. Me separo de él. Limpio sus lágrimas acariciando su cara.

-Todo esta bien.-Susurro, y consigo que se calme, que vuelva a mirarme a los ojos.

-Prométeme que eres real.

-Soy tan real como la última vez que te abracé. Y te sigo queriendo tanto como entonces.

El sol nace, y noto como el frío y la sensación de humedad se evaporan. Me pongo de puntillas para poder besarle en la frente antes de que la noche termine y me lleve consigo.

Y mientras me hago invisible, intangible, un soplo de nada; él alza su mano hasta mi mejilla y esboza una sonrisa tan cálida que ni diez mil soles podrían igualar.

-Gracias.